Es una tradición mexicana celebrar los días 1o. y 2, de noviembre, Día de Todos los Santos y el Día de los Fieles Difuntos, particularmente, aquí, en Michoacán, se efectúa y fortalece cada vez, en Pátzcuaro, Janitzio, Tzintzuntzan, Santa Fé de la Laguna, Cucuchucho y toda la Zona Lacustre.
Una vez al año, los habitantes originarios, de éstas poblaciones, P’urhépechas recuerdan a sus familiares difuntos, visitándolos en el Campo Santo, haciendo altares en sus tumbas y/o en sus casas, cubiertos de flores de cempasúchil, terciopelo y nube, colocando ofrendas: velas, copal, calaveritas de azúcar, fotografías, vasijas con comida típica, atole, tamales, pan de muerto, frutas y bebidas, la noche de velación, las mujeres lucen sus hermosos rebozos y calzado nuevo, orando, platicando, añorando a sus difuntos que según las creencias un día al año regresan al mundo de los vivos, para convivir con sus seres queridos, guiados por un camino iluminado por pétalos de cempasúchil.
Ésta festividad indígena, del Día de Muertos, que comenzó en el siglo XVI, producto de la mezcla de costumbres y tradiciones mesoaméricanas y españolas, ha sido declarada por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, OBRA MAESTRA DEL PATRIMONIO ORAL E INTANGIBLE DE LA HUMANIDAD.
En la Capital, los tres Poderes del Estado, colocan en sus principales edificios, ofrendas alusivas a ésta costumbre que rinde culto a los muertos, Morelia, en sus principales jardines, en Capula y en la mayoría de los Municipios también se hace lo propio.
