Dicen que vive en uno de sus ranchos, el que queda a orillas de Culiacán, rumbo a Costa Rica, donde cabalga, toma cerveza Pacífico bien fría y dirige su imperio, uno que incluye numerosos negocios legales donde lava los millonarios ingresos que debe repartir entre los otros eslabones de la maquinaria: políticos, funcionarios, empresarios, banqueros, militares, policías y hasta periodistas. Dicen que financió las campañas de Felipe Calderón y de Enrique Peña Nieto. Que es informante de la DEA. Que entregó a sus compadres Joaquín El Chapo Guzmán y Dámaso El Licenciado López porque siempre ha sabido leer el momento para pactar, pero sobre todo para traicionar. Que nadie pronuncia su nombre y sólo le llaman El señor del sombrero o El Quinto Mes. Que él, Ismael El Mayo Zambada García (Los Álamos, Sinaloa, enero de 1948), el narcotraficante que nunca ha pisado una cárcel en más de cincuenta años en el negocio, él, El Mayo, es el pinche diablo.
La política y el crimen son un espejo: lo que sucede aquí, se refleja allá. Durante el gobierno de López Obrador, sin embargo, su némesis que es Zambada se ha mantenido a la distancia: el día en que arrestaron a Ovidio Guzmán, por ejemplo, Zambada decidió no involucrarse en los bloqueos y en las balaceras que desataron los medio hermanos de Ovidio para que lo liberaran.
Dicen que él es la máquina que mueve cada gramo de droga que se trafica y que se consume no sólo en México, sino en más de 50 países.
